Por Verónica Morano | ver perfil
La temporada 2014-2015 de aguas abiertas largó formalmente el domingo 23 de noviembre en San Pedro, un toque de cambio en relación con la rutina anual de comenzar en Baradero. Este año las copiosas e intensas lluvias no sólo malograron el inicio de la tradicional maratón acuática en Baradero, sino que también afectó lamentablemente a mucha gente de la zona.
Por suerte, los nadadores tuvimos nuestra revancha con un día espléndido de sol en la ciudad conocida por sus lindas riberas sobre el Paraná y por sus ensaimadas y jugosas naranjas.
La organización administrativa se presentó sin contratiempos y con absoluta celeridad. En pocos minutos nos entregaron las bolsas con el kit -que estaban prolijamente colgadas en las paredes por orden alfabético- y teníamos el número de nadador tatuado en ambos brazos.
La charla técnica reunió a todos los participantes del maratón de 8Km bajo el sol intenso, mientras nos terminábamos de untar con cremas protectoras y vaselina.
Los micros que nos llevaban hasta la largada estaban prestos afuera del predio del Club Náutico local. Los sampedrinos todavía no se habitúan al paisaje de ver pasar hombres y mujeres escasos de ropa asomados por las ventanillas de los colectivos, mientras recorren el camino hacia el camping de largada. El primer tema “entonado” por la hinchada más fervorosa para alentar a los nadadores fue el himno nacional en su ya clásico vocalizado “oooo oooooooooo”, que se suele escuchar para alentar a las selecciones deportivas de Argentina.
Al llegar al arroyo que desemboca en el riacho San Pedro, los botes, guardavidas y pequeñas embarcaciones se dispusieron en el agua para acompañarnos durante todo el recorrido. Luego llegó el turno de los nadadores. Los más respetuosos suelen escuchar las indicaciones de los organizadores aunque nunca faltan los apurados a los que la presión de la gorra les debilita el audio.
Invaluable es nadar rodeado de medidas de seguridad que debe ser el primer tema a considerar para una competencia de estas características.
Más allá de que un micro pinchó una cubierta –un poco de mala suerte que se podría evitar con una revisión vehicular previa- y demoró un poco la salida, la bocina dio la señal de largada y hacia allá fuimos,: todos en busca de la misma corriente que baja por el centro y alivia el esfuerzo del cuerpo. Salvo algunos camalotes que se presentaron durante el recorrido, el río lucía amigable y fresco, como siempre.
Después de la furiosa puja inicial por posicionarse y ocupar un espacio en el río, uno tiene tiempo de despejarse y concentrarse. Con la cabeza apuntando al fondo, los brazos empujando y los pies batiendo fuerte, la conexión con el medio ambiente (¡ni una vaca encontré!), con el resto de los nadadores y uno mismo surge con naturalidad. Más allá de algún estribillo que se repite cual disco rayado como banda sonora aburrida, los pensamientos viajan libres a bordo. Así es como uno se acuerda de sus seres queridos –saber a mis hijos esperando del otro lado me reconfortaba-, de cada madrugón que nos desafía el humor y la energía para entrenar mejorando los tiempos, de las indicaciones atinadas del entrenador, y hasta de cuestiones laborales, algún viaje, caras de conocidos, mails sin contestar, todo en una caótica pero libre línea de pensamiento.
Mientras tanto, realizaba un escaneo del cuerpo y su estado. Comenzaba a sentir el esfuerzo de cada músculo del brazo y la espalda, sobre todo cuando tomé nota de que la tarde anterior había ganado y perdido un set al vóley contra mi hijo mayor - una diversión absoluta que no evalué oportunamente como un descuido.
El primer sentido que se vio severamente afectado por la cadencia rítmica fue el olfativo. Un intenso aroma a chorizo bien cocido me invadió la nariz y enseguida llegó al cerebro. Así se activó el circuito que motoriza cada una de las etapas de las carreras: la proximidad de los campamentos aledaños repletos de gente en torno a un asado fue leída por mi mente como un mensaje de cercanía con la civilización, el momento de apurar la llegada. Puse cuarta, revisé a mis acompañantes de pelotón, busqué cada gorra que viajaba cerca de mí para chequear la rosa chicle que tenía ahora adelante, y a la azul y negra de los costados - referencias con las que uno quiere compartir impresiones al finalizar la carrera, pero que se pierden en el fragor y el relajo de la llegada. Apunté a la joven de silicona rosada que se me había escapado por poco hasta que divisé el barco de guerra en la margen derecha, a un kilómetro del náutico.
El último tramo se realiza sobre un arroyo con agua helada y estática que involucra un esfuerzo un poco mayor para comenzar con el sprint final. Ahí vuelve el tumulto, regresan los nervios, la alegría de estar cerca, el cansancio del final, todo mezclado hasta desembocar prolijamente en la manga de llegada.
Sobre las mesas preparadas, los duraznos y las naranjas locales nos esperaban partidos en trozos fáciles de hincar - que fueron consumidos con voracidad después de tanto esfuerzo. Un poco de sombra, un buen baño, descanso, una linda charla, el afecto de nuestros amigos y seres queridos es todo lo que nos vuelve a poner en eje.
Una vez más sumo una nueva alegría por poder completar el desafío. Me resulta inevitable pensar hasta cuándo seguiré haciendo esto. Es ahí cuando valoro mucho la integridad física, el disfrute de un deporte, la sana competencia y cuando tengo cabal registro del esfuerzo que ponen aquellos con discapacidades motrices, sobre las que terminan forjando una personalidad de lucha, valor y constancia. O cuando veo un ejemplo de vida, con forma de hombre de 77 años que participa de un desafío semejante y recibe un caluroso aplauso de parte de los competidores y le entrego mi admiración más profunda.
http://www.swimmers.com.ar/cronicas/47/amateur-vs-elite
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